domingo, 20 de julio de 2014

Y cuando no me lees me asaltan dudas como esta.

Me asalta la sed a la hora de beberme tus suspiros.

Me duelen los brazos si te vas sin despedirte.

Me araño los dientes si decides no esperarme.

No puedo ser yo sin ti, sin tu mirada clavada en mis labios. Sin tu lengua mojando algo más que mis palabras.

Con tu sabor a tabaco, que me parece poco; que me deja tiritando, con las ganas de más a flor de piel. Con los ojos hinchados por el placer y la mandíbula en tensión esperando el momento adecuado para morder.

Desayunarte, almorzarte, cenarte o picotearte entre horas, para saciar mi apetito de ti.

En fin, creo que te invito a comer. Prometo ofrecerme como postre.

Canibalismo sin escrúpulos. Sin miramientos.

Lunares en desabastecimiento, todos en tu estómago y en las comisuras de mis labios.

El humo se enreda en mis costillas y tu copa de cava no es más que una distracción para tus papilas gustativas. Exijo tu atención en mí, que me he convertido en postre. Soy un tributo voluntario que se encamina, con pies de plomo, a una muerte segura; ahogándome en el mar de tus ojos, hincando mis uñas en tus pupilas en busca de oxígeno. Trepando por las lianas de tu pelo, jugando al escondite con la Luna y el Sol, que te quieren quitar el protagonismo. La verdad es que estoy cansada de repetirles que nunca conseguirán brillar tanto como tu piel.

¿Para qué quiero un Desayuno con diamantes pudiendo desayunar entre tus pestañas? Pudiendo desayunar a tu lado.

Y no conseguir librarnos de las sábanas que nos aprisionan entre cosquillas, besos y caricias.

“Me vas a matar, hija de puta”,  fue lo único que conseguí vocalizar antes de que clavaras en mi espalda otro puñal, cerca de la última herida que todavía no había conseguido que dejara de sangrar.
Y eso era lo único que podía ver, días rojos como los de Holly Golightly. Un gato sin nombre o una vida sin ganas, que vienen a ser lo mismo.

Pero claro, luego llegas y me miras. Y a mí se me olvida hasta que me tiemblan las rodillas. Que arrugas la nariz cada vez que te ríes y que el lunar que hay sobre tu labio me lo he comido ya tantas veces que no entiendo cómo no se ha desgastado.  

Y por más que me esfuerzo y me excuso estoy hecho para doler, y no puedo frenar la vorágine que me contamina. Luchar para nada porque cuando me doy la vuelta te veo tumbada, desgarrada, y sé que soy yo y mi forma de “querer” que tan sana no será cuando más que bien, hago mal.

Perdóname. Puede que esté pidiendo demasiado pero sé, que si no lo haces, yo ya no puedo vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario