jueves, 17 de octubre de 2013

Déjame que te espere, aunque no vuelvas.

Déjame esta noche soñar contigo. Déjame brindar, con la copa rota, por ese último viaje a París; por levantarme con el sol y ver como los rayos del astro rey juegan con tu cintura. 
Y que el cigarro se consuma, sólo en el cenicero, sin el beso de tus labios y el calor de tu aliento. 
Pero hace frío, y no encuentro cobijo entre tantas fotos y recuerdos ahogados, o rebajados, con la botella de whisky que guardamos para ocasiones especiales, como la de tu huída. 
¡Hay qué ver cómo es el destino! Que se empeña en que juguemos. Y nos hagamos daño. Y nos encontremos entre lo que parecen ser sueños, o pesadillas. 
Siempre me enamoraba las noches de Luna llena, y tú parecías saberlo, olerlo. Aullarlo. 
En nuestra última noche, lloré. Y tú secabas mis ojos con el humo amargo de la despedida. Los dos lo sabíamos, pero tú estabas convencido. Tan convencido, que cuando desperté lo único que vi a mi lado fue un rayo de Luna, no tu cintura ni la calidez del sol. 

Aquella noche, la Luna me confesó que estaba llena de tus promesas incumplidas.