sábado, 7 de diciembre de 2013

Serio complejo de Bridget Jones

Cada seis meses me envío bombones, de los más caros, y cuando llegan a casa los recibo con sorpresa, romanticismo y una pizca de picardía. La escena tiene que salir bien, el cartero se lo tiene que tragar y la vecina del C, la que está al final del pasillo, tiene que ponerse verde de la envidia mientras mira por la mirilla para después salir corriendo e intentar mirar por mi buzón, en busca de un nombre que mate su curiosidad y que pueda encajar en cualquier chisme de rellano; hace mucho que no lleva noticias frescas a la reunión de amas de casa/amargadas que se creen estar en el momento álgido de Sálvame Deluxe.
La verdad es que siempre he querido ser la comidilla de las marujas en las reuniones de la comunidad, y hacerlas apartarse de mi camino mientras mis Louis Vuitton marcan el desgastado cemento del sótano en el que nos reunimos; no sé por qué todavía no les he dado que hablar. Así, por lo menos, mi índice de popularidad entre los vecinos subiría como la espuma de la cerveza en la que estoy ahogando mi soledad y mojando mis carísimos bombones.
Al principio era más exquisita: ramo de flores con vodka. O whisky. Dependiendo del mes, o del día. La ginebra sólo la sacaba si las flores llegaban a partir de las ocho de la tarde. Después me di cuenta de que las flores no me llenaban, no todas sabían bien con la ensalada y al final las terminaba tirando por la ventana, con la esperanza de que cayeran encima de algún hombre calvo o una mujer recién peinada. El show era épico, si tenía suerte.
Diferente regalo, mismo final.
Llorar sola. Y tumbarme en el suelo mientras las cuatro paredes de mi salón se empeñan en moverse y dar tumbos. La cosa se pone fea cuando no sólo las paredes se mueven, sino también el suelo y yo no sé llegar hasta mi cuarto. Termino durmiendo en el suelo del pasillo y soñando que las calorías que acabo de ingerir se han volatilizado.
"Mañana empiezo con el gimnasio" y al despertar, termino con los bombones que me quedan. O en su defecto, hago una infusión de los pétalos sobrantes, que siempre intenta ahogarme. 

jueves, 17 de octubre de 2013

Déjame que te espere, aunque no vuelvas.

Déjame esta noche soñar contigo. Déjame brindar, con la copa rota, por ese último viaje a París; por levantarme con el sol y ver como los rayos del astro rey juegan con tu cintura. 
Y que el cigarro se consuma, sólo en el cenicero, sin el beso de tus labios y el calor de tu aliento. 
Pero hace frío, y no encuentro cobijo entre tantas fotos y recuerdos ahogados, o rebajados, con la botella de whisky que guardamos para ocasiones especiales, como la de tu huída. 
¡Hay qué ver cómo es el destino! Que se empeña en que juguemos. Y nos hagamos daño. Y nos encontremos entre lo que parecen ser sueños, o pesadillas. 
Siempre me enamoraba las noches de Luna llena, y tú parecías saberlo, olerlo. Aullarlo. 
En nuestra última noche, lloré. Y tú secabas mis ojos con el humo amargo de la despedida. Los dos lo sabíamos, pero tú estabas convencido. Tan convencido, que cuando desperté lo único que vi a mi lado fue un rayo de Luna, no tu cintura ni la calidez del sol. 

Aquella noche, la Luna me confesó que estaba llena de tus promesas incumplidas. 

martes, 3 de septiembre de 2013

Y, mira, yo qué sé.

Y, no sé, a lo mejor muero un poco sin ti o solamente esté dejando de vivir.
Quizás nunca pueda olvidar el beso del patio de atrás o las manos enredadas junto a mi portal.
Y mientras, tú, olvidándote de mi en otros labios.
Dejando escapar suspiros sin dueño y guiños sin destinatario.
Y es que sale más rentable un amor de autobús, de esos que aparecen de la nada.
Ahora mismo me pillas sin suficiente liquidez para alquilar un amor, de esos que dan luz y calor.
Que abrasan y enfrían, que te dejan la piel mordida y una leve impresión de que en brazos de otro,
encuentras protección.
Increíble sensación esta de odiarte y de echarte de menos.
De echarte de más.
De no querer verte.
De olvidar.
Pero te resignas (y yo también).
Y apareces en las calles, en los parques, tiendas, bares.
En sonrisas.
En el reflejo de otro mirar.
O tal vez soy yo, obsesionada contigo.
Con tu forma de acariciar, de caminar por mi espalda, de matarme un poco más.
Y puede que sólo necesite alguien que me haga tiritar.
Y, yo que sé.
Y, tú sabiendo.
Y yo, sin saber de ti.
Y tú, sin querer de nuevo.
Y, lo peor, sin quererme a mi.


Recuerda, 'nunca' también es una eternidad.

domingo, 11 de agosto de 2013

Las huellas de la viuda.

Y el segundero se quedó ahí, estancado en el reloj mientras que yo miraba como te ponías la ropa. En eso habíamos quedado. Después de tanto dicho y tantos tangos bailados sólo éramos capaces de buscarnos cuando nuestros cuerpos añoraban el calor humano y el roce de las sábanas.
Tu inútil manía de querer taparte, de que yo no te mirara después de haber gritado y arañado mi colchón. la privacidad es un lujo que nosotros perdimos en el momento en el que nuestros sentimientos pasaron a ser sólo carne y placer. Hacia mucho que la condición de ser humano la habíamos dejado atrás para saciar lo que era una sed inagotable.
Buscábamos sexo sin amor, sin complicaciones, sin un 'te quiero' en el oído, sin promesas que nunca cumpliríamos. Pero nos encontramos con algo mucho más frío que eso, algo vacío que sólo dejaba un par de marcas en el cuello y un poco de carmín en mi almohada.
Tú siempre vestida de negro, con tu rejilla para tapar la mirada. Yo deseando arrancar ese estúpido velo para no sólo saciar tu deseo, sino tu alma.
Miedo a querernos y que quedáramos unidos. Miedo a amanecer uno junto al otro y compartir un café o una tostada. Es mucho más arriesgado tener en cuenta los sentimientos que las necesidades del cuerpo.
Pero sigues encerrada en ese mundo de luto. Sin querer salir. Sin poder salir.
Tonto de mi que sigue esperando que el segundero de una vuelta entera y tú sigas aquí, para bebernos tu botella de vodka. Sin embargo, sólo me dejas el recuerdo de cómo te gusta que te acaricie los muslos y te muerda la espalda.
No te despides y ya te has vestido.
Sigo tumbado, entre sábanas y lo que parece el rastro de tu perfume, esperando algo que sé que nunca va a llegar. Y ahí me quedé, sin decir nada. No fui capaz de gritarte un 'quédate', el taconeo de tus zapatos por mi parqué calló mi voz y enmudeció mis ojos.
Una vez más me dejabas sólo y con el sabor amargo del amor entre mis labios. Todavía escuchaba tu caminar y yo ya estaba contando los minutos para que volvieras. Me había enamorado de una mujer fría sin sentimientos aparentes que me estaba deshaciendo por dentro. Lo único que era capaz de llenarme era la vibración de mi móvil al captar tu llamada entrante y la holgura de tu cabello cuando te quitabas aquel maldito sombrero.

sábado, 20 de julio de 2013

Viuda negra.

Extraña falta de aire que siento en mi pecho. Es una mezcla entre olvido, decepción y algo de pérdida. 
Extraña falta de aire que siento en mis pulmones, que me ahoga, y me hace gritar con las manos por un poco de oxígeno.
Esta viuda negra ve más de lo que piensan y escucha más de lo que creen. Siempre detrás de un velo de rejilla, ocultando la mirada a aquellos que tienen el juego como ruleta central de su vida. 
Caricias sin dueño que se estancan en mis manos junto a las huellas de unos pecados que delinean mis labios. 
Sentada en la penumbra, con música de fondo y una botella de vodka que está pegada a mis dedos. Pienso, y me aseguro con cada sorbo, que esta botella tiene entre sus grados más verdades que aquellas palabras que salieron de tu boca. 
Pasa el tiempo y aquí sigo sentada. Como guardaespaldas la luna y como entretenimiento las estrellas. No sé qué espero de ti, pero de mi espero un guión mucho más negro del que estoy escribiendo. 
Cansada de estar sentada mirando la vida tras un vaso medio vacío. Lo tiro a un rincón sin miedo de que los cristales puedan hacerme algún daño.
No pienso, sólo ando. Y mis tacones, nada cómodos pero estéticos, caminan por encima de los pequeños cristales esparcidos por el suelo. No me importa que se incrusten en mis suelas, sigo maravillada con la sinfonía que hacen al romperse. La luz de su música deslumbra mis ojos y enloquece mis sentidos. Me llaman para bailar un tango sin pareja sobre ellos. 
No pienso, sólo bailo. Y los acordes de la música que me lleva, me revela secretos que invitan a salir de aquí y entrar en un juego que antes me había desbancado. 
La puerta me espera, pero antes miro mi reflejo en el espejo para colocar la rejilla que cubrirá mi mirada.

martes, 9 de julio de 2013

Mi pelo rizado entre tus dedos y mis manos en tu espalda.

Con mis manos sigo el rastro de las tuyas. Pido cada mañana el roce de tu espalda y la jaula de tus brazos, la locura de tus labios y el fuego de tus caricias. Que juntos suspiremos al anochecer y que las estrellas sean nuestro único refugio. Pido cura para esta locura transitoria que me está matando.
El deseo de tu piel me ahoga y el brillo de tus ojos me ciega. Mariposas que se mueven demasiado rápido para mi estómago.
Momento eterno en el que pensé que éramos dos, yo en tu cuerpo y tú en el mío.
Segundo en el que me descubriste que eras mi jaque-mate. Mañana en la que vi que el café era doble para sobrellevar la noche y que mis sábanas eran un mar incontrolable lleno de tempestades. Nosotros éramos los pasajeros de un Titanic que no conocía otro destino que el fondo de su mar. Tocar fondo para coger impulso y alcanzar una aurora boreal de extraños colores.
Me dijeron que tuviera cuidado con la caída pero yo estaba tan entretenida con tus lunares que no les quise hacer caso. Realmente no me preocupa, sé que me has cosido unas alas suficientemente grandes como para que me pueda sostener el tiempo necesario para que la caída no sea dolorosa.
Princesa de un cuento perteneciente al mundo de la Bella Durmiente. Miedo al despertar por si todo es diferente. Prefiero vivir en la noche con sus muchos peligros excitantes. Ser una especie de vampiro que se refugia en tu cuello. Prefiero vivir entre cosquillas y risas provocadas por tus dedos.

jueves, 4 de julio de 2013

He llegado a alcanzar el cielo con la punta de los dedos, ahora no me lo quites.

Y tú respiración en mi oreja mientras yo tengo mi mano enredada en tu espalda, esa que siento tan mía. Mi suspiro junto a la luna y tus labios en mi cuello. Mis ojos eran fuego y tu pecho el agua que lo calmaba. Qué cruel y enrevesadamente bonito era aquello que me hacía perder toda sombra de cordura.
Siento miedo del recuerdo, fiel enemigo que me acompaña allá donde vaya, que trae a mi memoria las marcas en mi piel, el olor de tu camisa y el sonido de tu risa.
¿En qué clase de droga te has convertido que sólo tengo sed de respirarte? Eres como esa heroína que claman mis venas y que me mueve por dentro.
Cigarro consumido que descansa en el cenicero. Quieta, mirando como su humo te envuelve. No sabemos parar, no podemos parar.
Insatisfechos era la palabra que nos describía. Avariciosa era la que yo tenia escrita en la piel. Qué suplicio este que me estás haciendo vivir. Mi alma resquebrajada y tú, sin ningún cuidado. Un resquemor que me aplaude que soy un juguete más pero un ardor mayor lo apaga y me deja sin sentido. Mis pensamientos no tienen ni principio ni fin. Se suceden sin orden ni premisa.
Mi carmín ya no es mío. Todo el que me quedaba se ha quedado en el cuello de tu camisa.
Yo tu musa y tú mi poeta, girando entre los versos. Creando sonetos.

jueves, 6 de junio de 2013

Siendo breve y llegando a la locura.

¿A qué juegas? Intentas ser una escritora de éxito cuando realmente no sabes contar historias. Ahí esta la gracia de la escritura, la red que hay detrás de nuestros relatos que nos sostiene. Esconder nuestra historia, nuestro sentir, nuestras lágrimas y nuestras risas detrás de historias creadas, modificadas a nuestro gusto y vista. Complejo de Ana María Matute que nos hace soñar que algún día recibiremos un premio, una alabanza por parte de un público algo oscuro y tenebroso.
Imágenes sensoriales y sexuales plasmadas a través de las palabras. Arañazos deshechos rajando un papel. El humo de un cigarro que se mezcla con el sabor de un café. Un alma negra tupida con un velo de viuda, viuda negra que deja atrás a todos los hombres que toca.
Empecé con un tema y desvarío a otro. Símbolo de que en mi cabeza hay más de una idea navegando, enredadas unas con las otras en una especie de ovillo gigante con el que juega un gato desahuciado. Idas y venidas de una mente un tanto desequilibrada, mezcla de unas ilusiones rotas y de unos deseos inútiles no satisfechos. Un resquicio de idea que me asegura que las noches no son para dormir. Frases inconexas, ilógicas e improcedentes que no sé si salen de mi corazón o de mi mente maltratada.

martes, 28 de mayo de 2013

36.

Mírame, aquí sigo como una tonta, echándote de menos mientras tú has elegido a otra. Mírame, aquí sigo esperando algo de ti que nunca llega. No pensé que diría esto, pero no es la primera vez que me defraudas.
Y tú allí, tranquilo, sin preocupaciones, sin enviarme siquiera un mensaje. He perdido la cuenta del tiempo que llevo sin escuchar tu voz y lo peor es que no admites que te equivocas.
El calor de la cama te absorbe, pero el problema viene en que te está absorbiendo la mente y tú parece que no quieres verlo, o que realmente no te has dado cuenta.
Es triste decirlo, pero es la verdad: no te quiero ver, has perdido a la única que te quería por lo que eres y no por lo que puedes dar. Luego, en el futuro, no me reproches, haberte dado cuenta de todo lo que has hecho; estamos de acuerdo en que las personas somos humanas y nos equivocamos, pero tú intentas llevarte el premio o esa es la impresión que da.
Cuando lo veas, cuando te des cuenta que lo único que estás haciendo es separarnos a todos de ti, será cuando te veas solo y ya no podrás poner remedio a lo que hiciste. Pero en fin, nadie escarmienta por cabeza ajena y no soy quién para decirte que debes de hacer con tu vida. Sólo puedo decirte que estás descuidando el amor de verdad por un amor fugaz que encontraste en la calle.

jueves, 2 de mayo de 2013

Una última vez que te digo adiós.

Lunes 21 de febrero:

Hoy he roto la única carta que nos unía, aquella que me escribiste y a la que yo he respondido como unas cuarenta veces. Hoy ha llegado el día en el que me he dado cuenta que perdí mi tiempo escribiendo líneas, que perdí mi esperanza de tanto malgastarla inútilmente esperando a que me contestaras. Hoy me pregunto una vez más, el por qué no me contestas a estas sentidas palabras y me respondo a ciegas creyendo que has encontrado a alguien más, que has olvidado la parte de tu corazón que dejaste aquí conmigo o que has cambiado de dirección sin decírmelo. Me quiero agarrar a la última respuesta sin saber si es la correcta,
aunque algo en mi me dice que de nuevo me equivoco.

He decidido quemar este confeti que tengo entre manos, quiero eliminar toda presencia tuya de mi vida. Me he cansado de esperar, de amar y de el dolor que me provocas. No sé lo que signifiqué yo para ti en tu vida, pero tú para mi fuiste algo más que un juego. Fuiste un amor pasional que me abrasa los labios cada vez que lo recuerdo. Pero tu ausencia y la falta de una nueva palabra de tu boca me dicen que no pensamos igual. Me gritan que fui el único que sintió ese fuego, esas alas que después me han cortado. Quién lo iba a decir, fuiste mi condena y mi verdugo. Un doble papel para tu doble moral. 

Qué hipócrita fui al pensar que las palabras de tu carta eran tan ciertas como la añoranza que habías dejado sentada a mi lado en el sofá. Qué iluso fui al creer que volverías a mi lado, que volverías a ocupar el otro lado de la cama y que dejarías que otra vez hiciera el desayuno para ti, que te hiciera reír y que me arañaras toda la espalda. Maldigo aquella obsesión tuya por hacerme perder la cabeza. Maldigo esta manía tuya de pasearte por mi mente constantemente. 

He llegado a la conclusión, tras muchos golpes contra la pared, que es mejor que termine mi obsesión por ti. Que entierre este amor que me inunda y que me haga compañero de la soledad, verdadera amiga que nunca abandona. Has quedado en mi pasado desde este momento, sólo eres una sombra más de las muchas que nublan mis pensamientos y adormecen mis sentidos. 

Ahora, te pido un favor que seguro cumples. No me contestes a esta última carta, no rompas mi fuerza de voluntad que tanto me ha costado reunir. Temía pedírtelo por si haces caso omiso a mi ruego, pero tengo la certeza de que otra vez esto será un monólogo que junto a las lágrimas que emborronan algunas de estas palabras, caerá en el olvido. Caerá en el cajón de algún cartero curioso que cansado de que le devuelvan esta carta, como todas las demás, terminará leyéndola movido por la curiosidad. Así que, querido cartero curioso, si estás leyendo esto, ya sabes lo que sentí alguna vez por una mujer fría y despiadada que no tuvo en cuenta que mi corazón caliente latía por y para ella. Y si en cambio, eres tú, el amor de mi vida la que esta leyendo esto, quémala, rómpela como hice yo con la tuya ya que, aunque no ha sido la primera, sí va a ser la última. 

domingo, 7 de abril de 2013

34.


Allí estaba ella, con una maleta llena de recuerdos, la mirada escondida y el alma al descubierto. Un brillo especial le rodeaba, un halo angelical que despertaba mi atención. Inquieta y con lo que parecía un café entre las manos, esperaba la oportunidad de su vida. Parecía la típica chica desprotegida que esperaba a su príncipe azul, pero sus botas militares decían todo lo contrario. Aquellas botas, con la suela llena de barro, gritaban que no necesitaba protección de nadie, que estaba hecha de acero puro, que era dura como el diamante más brillante, que sabía correr en el momento oportuno. 

Dulce piel de porcelana era la que ella tenía, suaves labios rosados y grandes ojos marrones. Chica perspicaz, inteligente, deslumbrante. Chica que invitaba a la imaginación, a la fantasía más lujuriosa, al sueño de todo hombre... No, rectifico, a mi propio sueño, a mi propio anhelo. 
Cada vez que la miraba crecía en mi un deseo inexplicable de taparle los ojos, de besarle el cuello, los labios, la frente. De juntar nuestras manos y decirle al oído que se relaje, que sus sueños se van a cumplir, que pronto sus alas despegarán.

Allí estaba yo, con los ojos puestos en ella y la mente en un lugar muy lejano a la realidad. Imaginando historias que nunca sucederían, inventando las causas del por qué de su huida. Las horas pasaban mientras yo fantaseaba, mientras la estación se quedaba más y más vacía. Allí seguíamos los dos, uno en frente del otro, ignorándonos cual desconocidos. Ignorándonos como lo que eramos. Cansado y con el cuerpo entumecido, decidí marcharme. No sabía como había llegado hasta allí y lo cierto era que el viaje no había sido en vano. 
Caminando entre en la multitud, noté el roce de una mano por mi espalda, una suave caricia reconfortante. Volví hacia atrás y allí estaban. Aquellos ojos grandes con los que horas antes había fantaseado estaban delante de mi. No sé cómo, no sé el por qué, sus labios se unieron con los míos con tal deseo que aquello tendría que estár prohibido. Eramos dos llamas llamadas a consumirse, a desgastarse con el roce. A olvidarnos. A desaparecer entre el tumulto para no volver a saber nada el uno del otro. 

martes, 2 de abril de 2013

32.

Quizá el problema está en que soñamos más de lo que vivimos. Que anteponemos las ilusiones a la realidad, y cuando despertamos nos encontramos que estamos saltando de un edificio demasiado alto, que nos vamos a estrellar con la cruda realidad que nos negamos a vivir. No podemos evadirnos de lo que sucede a nuestro alrededor. Este es el mundo que nos ha tocado vivir, es cierto que es un mundo que se va a la mierda pero ahí reside la aventura, la misión de nuestra existencia. Tenemos, debemos cambiar el rumbo, el ritmo que llevamos y pisar fuerte la calle, sin dejar atrás los sueños e ilusiones. No digo que tengamos que vivir sin esas aspiraciones e ideas que nos quitan el sueño y el aire de los pulmones, pero debemos de llegar a un punto justo entre el mundo de Peter Pan y el real. Un equilibrio que nos permita vivir como queramos y como debamos. 
Disfrutar de la primavera, del sol que entra por la ventana de nuestra habitación cada mañana, de las estrellas que nos iluminan las noches en vela. Tomar un helado, o quizás dos. Compartir unas palomitas y una coca-cola gigante. Quejarnos por el alto precio de las cosas, pero no poder remediar esa locura que nos entra cuando vamos de compras. Vivir esa experiencia única que se nos ofrece en un momento inesperado. Dejarnos cuidar y mimar, darnos el lujo de sentir el cariño de aquello que nos rodean y por qué no, sorprendernos con el afecto de ciertas personas que antes han sido para nosotros puertas infranqueables. Salir de fiesta toda la noche y no poder moverse al día siguiente. Volver a quejarnos por la situación en la que vivimos y por lo caras que estaban las copas de anoche. Reír hasta llegar al punto de no poder respirar, hasta el punto de que te duele la barriga. Emocionarse con una película, que se te pongan los pelos de punta con la buena música. Cometer errores.Comerte un bizcocho tú sola. Empezar una dieta, dejarla, volver a retomarla. Saltar, gritar, abrazar, morder, besar. Ser serios con nuestro trabajo, alegrarnos por los logros profesionales. Ascender y conseguir el puesto que siempre hemos soñado. Reciclar y comprar productos ecológicos. Formar una familia. En fin, vivir y disfrutar de todas las pequeñas cosas que forman nuestro mundo. 

jueves, 21 de marzo de 2013

4.Día 32 de Mayo del año 1950


Horas después del incidente y ya a salvo dentro de la casa de mi amigo Larry, Alice seguía sin pronunciar palabra. La pobre se había quedado fría como un témpano por la impresión y es susto. Me pasé todo el viaje en taxi intentado que entrara en calor o que, por lo menos, dejara de tiritar. No sé lo que aquel desgraciado le había dicho o le había hecho que le había dejado impresa la marca del miedo y del hielo en sus ojos.
Cuando nos bajamos del automóvil Larry nos estaba esperando con los brazos abiertos. Bueno, para ser exactos, me estaba esperando. Le chocó el que llegara con una adolescente de dieciséis años cuando yo no tenía ni mujer ni hijos. “Más tarde me lo explicarás, mientras tanto los dos sois bien recibimos en mi morada” fue todo lo que me dijo. Sin ninguna duda, era un buen tipo en el que podía confiar, y que seguro me ayudaría en todo lo que pudiera en cuanto le contara la misión “patrocinada” por Alexandra. Allí estaba él, en la puerta de su casa con su pelo rizado negro y su postura delgada y recta que siempre le habían caracterizado. Ojos grandes, redondos y oscuros que estaban acompañados por una nariz aguileña y unos labios finos. No vislumbré en él ningún cambio, era como si lo estuviera viendo despedirse con una mano en la cubierta del barco que lo llevaría hacia Londres. Parecía que los años lo habían tratado mejor que a mi en todos los aspectos.

Sentada en un sillón con una taza de té entre las manos y con la mirada perdida entre el crepitar del fuego de la chimenea, me la encontré cuando bajé de asearme un poco. Se había lavado el pelo que ahora se veía de un rojo más intenso por el agua y que, junto a la luz grisácea que entraba por la ventana, le ofrecía a su rostro angelical un halo de guerrera que no casaban demasiado bien.
-¿Más tranquila, Alice? –le pregunté mientras me sentaba en el sillón que había frente a ella.
-¿Perdona?, no le he escuchado.
-Que si te sientes más tranquila que antes.
-Si, gracias por preguntar seño Steel –contestaba por educación porque estaba claro que no quería hablar con nadie.
-Alice, ¿qué te dijo o qué te hizo el hombre del aeropuerto? Sabes que puedes confiar en mí… -no podía aguantar más, tenía que preguntárselo o explotaría.
-Ya sé que puedo confiar en usted, pero no es nada, no se preocupe. Es que sus ojos eran demasiado fríos e inquietantes y se me han quedado grabados en la memoria. Es sólo miedo que se pasará con dos tazas más de té y un reparador sueño porque no sé si lo sabrá, pero yo no he dormido nada en el avión… ja, ja, ja.
La misma manía de su madre. Restarle importancia a todo, inclusive cuando ellas tenían más miedo que las personas que estaban a su alrededor.

No mucho más tarde estábamos terminando de cenar en el gran comedor de la casa victoriana. Verdaderamente Larry había conseguido reunir una fortuna considerable, pero el afán por el dinero lo había vuelto egoísta y calculador aunque seguía teniendo buen corazón.  La cena que nos había hecho servir no tenía palabras pero el whisky que me ofreció después en la biblioteca le superaba en creces.

-Mm, Larry voy a tener que visitarte más a menudo si me prometes que vas a guardarme cientos de botellas de este whisky –no se me ocurrió mejor manera de agradecer el trago.
-Siendo sinceros yo tampoco he probado otro whisky mejor que este, pero estoy seguro que tú no estás aquí por el whisky. ¿Qué le ha traído al gran detective Steel por estas tierras?
-Una mujer querido Larry, una mujer.
-¿Problemas de faldas? Creía que ya habías dejado atrás esos menesteres Peter, y más teniendo una hija así de guapa.
-No te embales Larry que el asusto no va por ahí. Hace como tres días esa chiquilla apareció en la puerta de mi oficina con un sobre firmado por su madre aparentemente muerta, dando la casualidad que la madre en cuestión no es otra que Alexandra.

Los ojos de Larry, ya grandes de por sí, se abrieron todavía más. Su cara reflejaba el asombro y la incertidumbre que el nombre y la persona de Alexandra llevaba consigo. Minutos después, junto a varias copas más Larry ya sabía todo lo sucedido, incluido la pelea en el aeropuerto. Nos quedamos allí, en aquella biblioteca inmensa y con librerías que empezaban en el suelo y terminaban en el techo horas, conversando y poniéndonos al día. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había visto aquella cara tan familiar.

La noche y sus estrellas dieron paso a un espléndido día que según los sirvientes de la casa era extraño para esa época. El sol radiante que lucía en el cielo no quitaba que el aire que soplaba fuera frío y cortante. Me había levantado temprano tanto que ni el propio dueño de la casa estaba en pie, lo que me permitió conocer a los pocos empleados que también habían dejado las sábanas y los sueños.
Un viaje de expedición por la casa me llevó hasta la cocina y menos mal porque mi estómago estaba empezando a rugir. El ama de llaves, una mujer gruesa, bajita y de avanzada edad que yo conocía como  la señora Thompson, entraba en la cocina cuando me disponía a buscar un poco de café y un par de galletas para desayunar. La pobre no se esperaba que hubiera nadie dentro y se llevó un buen susto. Se disculpó por el grito y me preguntó qué quería para desayunar para que me pudiera ir al comedor. Parecía avergonzada y no entendía muy bien por qué. Al final sólo le pedí un café bien cargado para que me quitara del todo la leve neblina que todavía quedaba en mi cabeza por el sueño. Saliendo por la puerta me tropecé con un muchacho de la edad de Alice, alto, musculado y con unos ojos negros enmarcados en una cara redonda rodeada de un pelo rizado y negro que hacía juego con sus ojos y que llevaba en brazos una caja llena de verduras y frutas variadas. Resultó ser el nieto huérfano de la señora Thompson y que desde hacía un par de meses trabajaba también para Larry. Un chico que según su abuela “era listo como el hambre” y que para Larry se había convertido como un hermano. Un chico que se había hecho un sitio en su corazón al igual que Alice en el mío.
Para cuando llegué al comedor Alice ya estaba allí, junto a Larry, sentados en la larga mesa central esperando ansiadamente el desayuno.

-Peter, por fin apareces. Siéntate, estaba hablando con Alice sobre la visita que os he organizado por la ciudad pero antes tenéis que comer algo, ¡señora Thompson, el desayuno! –gritó Larry.
-¿Visita guiada? –pregunté mientras me sentaba frente a Alice- creía que nos íbamos a poner con el asunto de la llave cuanto antes.
-Bueno sí, eso es muy importante pero podríamos tomarnos un día libre, ¿te parece bien, Peter?
¿Peter? Me sonó como si dentro de mí cayera una losa de mármol pesada y gruesa. Acababa de llamarme Peter, aunque bueno tampoco había que darle mucha importancia, ¿no? Eso significaba que la confianza estaba creciendo entre nosotros.

-Bueno, supongo que para buscar lo que abre esa llave tendremos que conocer bien Londres. Está bien, tendremos un día libre.
-¡Oh, gracias Peter! –dijo Alice mientras se levantaba para darme un abrazo que también me pilló por sorpresa. Por mucho que yo la tratara como una adulta seguía siendo una niña todavía.

Entonces se abrió la puerta pero no entró la señora Thompson con el desayuno, sino su nieto lo que hizo que Alice se apartara rápidamente de mí y volviera a su sitio. Un comportamiento extraño tratándose de una chica a la que le da igual llamar la atención. Un comportamiento extraño tratándose de la chica que hizo que todo el avión se enterara que una azafata me sonreía.

-Señora Thompson no, Albert, su nieto. Creo que no me parezco tanto a mi abuela como para que me confundas Larry, por lo menos tengo entendido que mi cuerpo es mucho mejor que el de ella –cuando terminó de alabar su “escultural” cuerpo posó sus ojos en los de Alice y no me gustó para nada el brillo que vi en ellos. Pero todavía me gustó menos que se acercara a ella y que ni reparara en mi – Oh, Larry, no has dicho que teníamos visita. Soy Albert Thompson, ¿y la señorita es…? – dijo mientras le besaba la mano como un educado caballero.
-Alice Ryan –dijo Alice mientras aparecía en su rostro una pequeña sonrisa que dio brillo a sus ojos, un brillo que hacía días que no había visto.
-Un gusto conocerla, Alice Ryan.
-El gusto es mío señor Thompson.
-Oh, no. Por favor llámeme Albert –pícaro muchacho. Se notaba que había aprendido del viejo Larry.
-Albert, no es la única compañía que tenemos. Te presento al señor Steel, un viejo amigo mío que estará durante un tiempo viviendo aquí, junto a su amiga Alice –por fin alguien me presentaba y hacía volver al muchacho de entre las nubes que estuviera.
-Perdón señor Steel. Un placer conocerle a usted también.
Un gesto afirmativo, eso fue lo único que Albert recibió. No estaba de ánimo como para regalarle unas palabras, la verdad era que los celos me estaban comiendo por dentro y yo sabía de donde venían esos celos. Cada vez que veía a Alice era como si se me clavara un pequeño puñal en el pecho abanderado con el recuerdo de Alexandra. Hacía mucho que no pensaba en ella, no de esta manera. La echaba de menos y aquella niña me hacía venir tantos momentos con su madre que estaba haciendo que cada vez aflorara en mí un sentimiento de cariño, fraternidad y protección. No quería que le hicieran daño y por esa misma razón no me gustaba el brillo de sus ojos cuando vio a Albert. Sabía que le gustaba al igual que al muchacho le había gustado Alice pero sólo el tiempo nos diría como iba a terminar aquella relación. Y esperaba que por el bien de Albert no le rompiera el corazón a Alice porque sino tendría que aprender a correr, y bien rápido.   

martes, 26 de febrero de 2013

30.

Y dejo respirar mi alma una vez más. Dejo escapar todo junto a las saladas lágrimas que mojan mi rostro, que empapan mi cuello y que nublan la visión. Noches oscuras y a solas. Noches frías desprovistas de todo cariño. Noches a ciegas en las que das bandazos hacia todos lados. 
Cansada de todo, cansada de mi, de situaciones repetitivas y de ser fuerte. Cansada de ser yo en busca de alguien que me saque una sonrisa. Pero esa sonrisa nunca llega, esa esperanza nunca se pierde. 
Carcajada nerviosa que inunda mis pulmones, que estalla en mi garganta y que rebosa en mis oídos. 
Tiemblo de frío, tiemblo por algo que no está aquí, por el miedo a la soledad. 
Muerdo mis labios en ansias de morder los suyos, memorizo mis lunares en busca de los que decoran su cuerpo. Abro mis brazos y siento el helado viento correr por mi espalda desnuda. Extiendo la mano y siento tu calor ahí, cuando realmente está en mi imaginación. 
Retorcida mente la mía que me hace soñarte aquí a mi lado. Inútil deseo no satisfecho.
Cansada de príncipes que prometen ser azules cuando no llegan ni a un mísero sapo. Cansada de los tópicos. Cansada de los típicos. 
Sólo pido un final distinto al de siempre y que tanto se repite. No creo estar pidiéndote la luna, no creo que te esté pidiendo algún imposible. Te pido un abrazo con mezcla de cariño y un dejarse llevar por un camino poco conocido. Una aventura íntima y privada. Una excursión al mundo de Alicia guiados por la reina de los corazones. 

sábado, 23 de febrero de 2013

3.Día 32 del mes de Mayo del año 1950


-Sólo puedo correr; correr en una oscuridad extraña, fría y poderosa que me envuelve y me nubla. No sé dónde estoy, ni hacia dónde voy, sólo sé que me persiguen y que debo correr. Que tengo que escapar de algo que quiere matarme. Algo o alguien. Llego al final de un largo callejón, ya no hay salida. Mi final me espera. Prefiero cerrad los ojos, siempre le he tenido miedo a la muerte. Noto algo frío en mi mejilla, algo puntiagudo que intenta traspasar mi piel. Se me nubla la mente, el dolor me invade.

Y de repente, vuelvo a estar en mi despacho. Una noche más que me quedo dormido sobre la mesa. Otra vez el sueño que lleva meses rondando mi subconsciente. Si supiera lo que significa me ahorraría muchos quebraderos de cabeza. Pero esta vez había algo diferente, ese objeto punzante es nuevo en mi visión. Me toco la cara, me acaricio la parte que el objeto rozó y cuando bajo la mano siento algo duro en el sobre de la carta, no había percatado en ese detalle. Vuelvo el sobre y en mi mano aparece una llave. Una llave fría y puntiaguda que tiene un número escrito, 325. ¿Qué abre esta llave? ¿Qué esconde?
Dos pistas: Londres y una llave.
Necesito dar con Alice, es mejor que no deshaga la maleta (si es que tiene alguna) ya que la va a necesitar muy pronto.

Mi viejo sombrero medio puesto, la gastada gabardina sobre los hombros y un maletín lleno de papeles inconexos junto a una llave que no tengo la valentía de llevar en la mano. Creo que es la primera vez que dejo el despacho tan desordenado, pero la ocasión lo merece. Y cuál es mi sorpresa que nada más salir, junto las escaleras asoman unas piernas largas y delgadas. Alice.

-Alice, ¿qué haces aquí? ¿Por qué no estás en tu hotel? Muchacha, levanta de ahí. Te has tenido que quedar helada aquí afuera –dije tendiéndole la mano.
-Oh, señor es que… yo tenía… algo me decía que me tenía que quedar cerca suya –su mano estaba helada como un témpano al igual que sus ojos azules que mostraban un claro brillo de ausencia.
-Venga, arriba. Tengo la primera pista sobre tu madre y no podemos hacerla esperar, ¿verdad? Vamos, tenemos un largo camino por delante, todavía tenemos que llegar hasta la ciudad de la niebla.
Esos ojos se le iluminaron, esa sonrisa se le ensanchó. El brillo volvió.
-¿A dónde señor? Nunca había oído ese nombre…
-Ja ja ja, ¡ponemos rumbo a Londres!
Tras muchas horas de viaje desde el aeropuerto de Jacksonville hasta el de Londres, después de muchas cabezadas y turbulencias mareantes estábamos llegando a nuestro destino, y justo cuando estaba cayendo en mi última visita a los familiares brazos de Morfeo, Alice me da un codazo.

-Aquella azafata de allí no le ha quitado el ojo en todo el viaje, señor Steel. Y no me diga que no se ha dado cuenta, porque creo que se ha paseado tanto por nuestro pasillo que ha memorizado todos y cada uno de los agujeros de esta moqueta. –esta chica se tenía que estar quedando conmigo. ¡No puede ser que me haya despertado para decirme eso!
-¡Calla Alice!, qué te va a escuchar. Además eso no es así, si lo fuera me hubiera dado cuenta.
-Su edad le está haciendo estragos, pero aún así sigue siendo un galán, oh… al gran detective señor Steel, ¿se le están subiendo los colores? –dijo, cada vez en un tono más elevado.
La pequeña tenía ganas de reírse y se las estaba desquitando conmigo.
-¡He dicho que te calles Alice!, ni colores ni nada. Duérmete que mañana tendremos que andar mucho.
Lo siguiente que sentí fue la cabeza de Alice en mi hombro. Una sensación de sorpresa y orgullo me llenó. La sonrisa fue instantánea. En mi estaba empezando a surgir un sentimiento de afecto y cariño. Esta chica, con sus grandes ojos y su carácter infantil se estaba haciendo un hueco en mi desgastado corazón.

Una vez en tierra y las maletas con nosotros lo primero que hice era guardar la llave en el bolsillo de mi camisa. Casi se me abre el maletín al salir del avión y no podía permitirme perder esa llave. Era la única conexión que tenía con Alexandra.
Un amigo, que tiempo atrás había emigrado a Londres para hacer fortuna, nos esperaba en el centro de la ciudad para recogernos y llevarnos hasta su casa. Me había hecho el favor de acogernos en su casa, después de muchos ruegos y de un prometido alquiler muy bajo.

Estaba esperando a que Alice saliera del baño para irnos, cuando vi a dos hombres vestidos de negro y con un semblante muy oscuro que se acercaban a mi de una manera un tanto misteriosa. Sus caras blancas contrastaban con la oscuridad de sus trajes. Uno de ellos tenía una fea cicatriz que le cruzaba la cara y que intentaba ocultar entre el sombrero y las gafas de sol. El otro, simplemente parecía un mueble de lo grande que era. No me fiaba de aquellos caballeros y mucho menos de la parte del aeropuerto en la que estábamos. Parecía que aquellos tipos habían provocado la huída de todas las personas con su paso. Me estaban poniendo muy nervioso. Los tenía ya encima y Alice todavía no había salido.
-¿Señor Steel? – vale, necesitaba que Alice saliera ya, esto no me estaba dando una buena sensación.
-El mismo que viste y calza.
-Creo que tiene algo que nos interesa.-esto se ponía feo, muy feo.
-Señores creo que se han equivocado de persona. Estarán buscando a otro Steel porque yo todavía no me he convertido en negociante ni vendedor ambulante –dije con la mejor sonrisa forzosa que me salió.
-Los papeles de ese maletín, entréguenoslos – la poca expresión que podía ver entre las gafas y el sombrero de ala no era de muchos amigos y la forma en la que cruzaban los brazos tampoco es que me relajara demasiado.
-Les vuelvo a repetir que no tengo nada que ofrecerles –ah, por fin salía Alice- ahora si me disculpan, mi hija y yo tenemos que coger un taxi que nos llevará directo a nuestras vacaciones.

Cogí la mano de la chica y cuando pasamos entre ellos, el hombre de la cicatriz empujó a Alice separándola de mí y agarrándola con fuerza mientras el otro marcaba mi cara con  un puñetazo, que mandó por toda mi mandíbula una quemazón y un cosquilleo que seguro derivarían en un morado negro con matices verdes. El impacto me pilló por sorpresa, el maletín resbaló por el suelo y yo como pude me levanté. Cogí carrerilla y me abalancé hacia su estómago, el intentar pegarle en la cara sería una tontería aparte de que gastaría energía. Era demasiado alto como para poder tumbarlo con un puñetazo en el ojo. Me conformaría con el estómago y las piernas si eso nos permitía salir corriendo. 
Conseguí darle en el estómago justo en el momento en el que él volvía a levantar su brazo en dirección a mi cara. Cayó por el dolor y una vez en el suelo lancé una patada directa a su pecho para dejarlo sin aliento el tiempo necesario para rescatar a Alice. Al darme la vuelta Alice estaba luchando sin apenas resultados contra el hombre de la cicatriz. Corrí en su ayuda y empujé a su oponente haciéndolo caer. La cabeza de éste dio justo con el borde de una columna y quedó también tirado en el suelo.
Le tendí mi mano a Alice pero antes de que yo me diera cuenta la chica se había arrastrado a por el maletín y ya estaba de pie tirando de mi. Estaba asustada y quería alejarse de allí lo antes posible. Quería llegar a un lugar seguro tanto como yo.

jueves, 24 de enero de 2013

Crónica de un diario al descubierto.

Es imposible saber cuanto de verdad, o de mentira, hay en mis relatos. Cuantos sentimientos son personales o personalmente inventados. Lo que es seguro es que parte de mi queda plasmada aquí, a vista del mundo exterior. 
Muestro mis puntos débiles, mis puntos fuertes. La pequeña caja de secretos que soy la descubro aquí, solamente hace falta saber buscar y qué buscar para encontrar la verdad. 
A mis enemigos, mi debilidad.
A mis amigos, mi cariño.
A mi familia, mi sinceridad.
A ti... a ti te dejo leer todo. 
Quién sabe, puede que esto sea otro producto de mi imaginación, puede que sea una carta personal, puede incluso ser una hoja de mi diario personal. Puede también que me esté quedando con la poca gente que me lee y a la que estoy tan agradecida. Esas visitas que hacéis son las que muchas veces me llevan a pensar que, después de todo, hay una minoría que sigue mis pensamientos, que comparte mis sentimientos.
Ideas sueltas, bocetos de mi vida, sueños imposibles, deseos inalcanzables. 
Hay tantas puertas en este largo pasillo que esto puede ser cualquier cosa. 

jueves, 17 de enero de 2013

28.

Hay veces que pienso así. En algunos momentos de debilidad pienso en llamarte, en hablarte pero el miedo a ser pesada, a molestarte, me frena. Sería bonito experimentar esa sensación en el estomago otra vez, esas cosquillas que te inquietan, que te ponen a alerta, que tanto gustan. Hay veces que pienso que lo único que necesito es un empujoncito, una flecha como las que disparan en el vídeo para poder mostrar lo que tengo dentro. Para no perderte. 
Sinceramente, tengo miedo. Este pequeño músculo que tengo como corazón está cansado de contraerse por el dolor, está cansado de los daños colaterales de la ilusión. 
Mar de ideas que hay en mi mente y que nublan mi razón. Sueños y deseos que lamen mis ojos todas las noches esperando para hacerse realidad. Batalla naval que se lucha dentro de mi haciéndome enloquecer sin saber qué hacer. 
En el fondo de mi cabeza hay un duendecillo que me dice que no me preocupe, que el destino sólo se está riendo un poco más de mi, que tarde o temprano nuestros corazones latirán al unísono marcando un ritmo que será envidiado por los demás.
Tarde o temprano nos escaparemos un fin de semana, que siempre recordaremos y arderá en nuestro interior. 
Besos, mordiscos, caricias, guiños.
Sólo para ti, sólo para mi. En una intimidad rosa y roja llena de muchos de los pecados capitales. Hazme olvidar mi temor, haz que me olvide de mi misma; haz que los cuerpos sean sólo un vehículo para tocar las estrellas, para quemarnos con las llamas, para calmarnos en el mar. Déjame saboreárte delicadamente, degústame poco a poco. Alarguemos el momento haciéndolo eterno y burlemos al amanecer. Burlemos al fuego del sol, que nos tendrá recelo y envidia porque el nuestro es mucho mayor. Burlemos al mundo, que crean que somos una estrella del brillo que emanemos. 





martes, 8 de enero de 2013

Muérdeme los labios, recuerda mi sabor.

Noche demasiado oscura para pensar en otra cosa que no sean sus ojos, sus labios, las chispas que saltan con el roce de su mano a mi cintura.  Noche demasiado fría para no acordarme del calor de su cuerpo, del ardor de sus besos, de la quemazón de mi pecho. Noche demasiado silenciosa para no rememorar sus susurros en mi oído, su voz grave y aterciopelada, mis suspiros al ver su sonrisa. Noche que termina pronto y que abre paso a un nuevo día. 
Amanecer de fuego ardiente sofocado en deseo constante, que late sobre mi piel. Deseo de verte, de tenerte junto a mi, de encadenarte aquí para que jamás vuelvas a marchar. Deseo de olvidar el pasado, de no prestar atención al futuro, de ni siquiera preocuparse por el presente. Deseo de estar juntos, de encajar como dos grandes piezas de un rompecabezas. Mis deseos, mis anhelos, mis noches favoritas, pero ¿y tú? ¿Tú guardas el recuerdo como yo? 

Le pido al cielo que así sea, que rememores nuestras noches cuando estés solo, que eches de menos mis caricias cuando tumbado en tu cama pienses en mi, que oigas mi risa en cada esquina de tu cuarto. Que duremos tanto como nuestras sombras nos permitan. Que pase el tiempo, y aunque ya no estemos unidos, nos acordemos el uno del otro. Ser ese amor del que tanto habla la gente, ese del que nadie puede escapar y del que todos los días se acuerdan.

Encontrarnos años después, compartir una copa y reír de todas aquellas niñerías que vivimos como adultos. Salir por la puerta del bar y que una última vez huelas mi perfume fresco, veas mis delicados pasos y tal vez, beses mis inolvidables labios. 

Puede que nos dejemos llevar y que después nos sintamos culpables por nuestras correspondientes familias, pero que le vamos a hacer, el uno para el otro somos irresistibles y ante la fuerza del deseo y de la pasión poca responsabilidad puede ponerse por delante. Quizás, después, cada uno vuelva a tirar por su camino, pero puedo asegurarte que nunca llegarás a olvidarme, que siempre estaré a flor en tus recuerdos, que pasará el tiempo y seguirás notando mis dedos caminar por tu espalda. Pero también puedo asegurarte que a mi me pasará lo mismo, jamás alcanzaré olvidarte. Siendo sinceros, no quiero. Eres y serás una parte de mi, tan ardiente y pasional, que nunca podré apagar ese fuego que me envuelve; eres y serás tan importante en mi corazón que sí te sacara se resquebrajaría. 
Recuerda, somos piezas de un puzzle demasiado grande como para que nosotros podamos ponerle fin.


sábado, 5 de enero de 2013

6 de Enero del 2013.


Noche de ilusión, de magia y de incertidumbre. Cohetes de colores que iluminan nuestro cielo oscuro, vigilado por las eternas estrellas. Risas y nervios de cientos de niños que desean, sobre todas las cosas, que la noche no tarde en pasar y que pronto sea la mañana de reyes para bajar atropelladamente las escaleras y dirigirse sin vacilación alguna al hueco de debajo del árbol, impacientes por ver lo que los Reyes han dejado, impacientes por ver que sueños se han hecho realidad.

Mágica mañana para niños y también para mayores. Mayores que vuelven a su infancia más querida, a los juguetes que han esperado con más ansia, a los papeles de regalos que inundaban el comedor sin dejar ver el suelo, a la ilusión que los llenaba de arriba a abajo todas y cada una de las Navidades vividas. Ilusión que permanece con el paso del tiempo. Sonrisas que no se desvanecen y que iluminan el día. Ojos brillantes y expectantes a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Oídos, de pequeños, demasiado afinados que creen oír lo que todos realmente alguna vez hemos querido ver. Un sentimiento de falta en el pecho por las personas que ya han dejado esta tierra, un brindis callado prometiendo que pronto volverán a estar juntos. Abrazos intensos de familiares que hacía tiempo que no se veían. Días mágicos que culminan con una fecha bonita y especial, por lo menos para mi.

viernes, 4 de enero de 2013

26.

Una amiga me dijo una vez que la perfección del momento una cámara no la podía captar, creo que es verdad. Jamás ha existido una cámara que haya captado el afecto, el sentimiento de un momento. Nos obsesionamos en querer retener todo lo que nos rodea mediante fotos, no nos basta con que nuestra retina lo retenga. 
Supongo que es una forma de recordar tiempos pasados, de guardar las fotos en un álbum y que al abrirlo te rodee una nube de sentimientos, emociones y lugares remotos que una vez en tu vida tuviste el privilegio de ver. Que una vez en tu vida tuviste el privilegio de soñar rodeado de lugares increíbles y de historias que ignoras, que no sabiendo cómo ni por qué te hicieron sentir aquello que envolvía a sus protagonistas.
Y es en estos días en los que sacamos esos álbumes y se nos llena la memoria de recuerdos estremecedores que nos ponen el vello de la nuca de punta. Un trozo de cartón lleno de fotos, rodeado de personas que sueltan risotadas, lágrimas y por qué no, besos. 
Es verdad, amiga mía, una cámara no puede captar la perfección del momento pero si nos puede recordar ese tiempo pasado que tanto añoramos y que en más de una ocasión hemos querido revivir.