lunes, 24 de septiembre de 2012

22.

Hay un momento justo antes de dormirte completamente, en el que tu conciencia recupera en un instante los últimos momentos más importantes de tu vida. Dicen que el segundo después del flash, aparece la persona que te hace sonreír; e inconscientemente nos dormimos.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

18.




-Te quiero.
-No, no lo digas, ahora no.
-¿Por qué?¿Es qué no sientes lo mismo?
-Claro que lo siento, ¿cómo puedes dudarlo?
-Entonces no entiendo...
-Es muy fácil, no me lo digas ahora por que no me lo merezco. Dímelo cuando me enfade sin razón, cuando llevemos días sin vernos, cuando el simple hecho de tenerme cerca te saque una sonrisa. Dímelo el día que se me salten las lágrimas, el día que te grite, el día en el que nos peleemos en serio. El día en el que me eches de menos a cada segundo. 
Cuando pase todo eso y llegue ese día, dímelo, por que ese día me lo mereceré. Pero no esperes que te conteste con otro "te quiero" mejor espera que te de un beso, te haga cosquillas y que entre risa y risa te diga "siempre".

jueves, 13 de septiembre de 2012

2.Día 32 del mes de Mayo del año 1950

Alexandra. Simplemente no podía creerlo. Abatido por la noticia instintivamente abrí la puerta y como pude llegué al sofá que necesitaba con tanta urgencia, aquel paquete estaba haciendo que todo me diera vueltas. 
Alexandra. Alexandra. Alexandra. La única cosa que tenía ahora mismo y que repetía una y otra vez, lo malo de todo era que cada vez que repetía su nombre venía con el un recuerdo, a cual de ellos más doloroso, que hacía que el corazón se me quedara en un puño y que incluso su latir me doliera. Alexandra y un dulce aroma familiar, mezcla de algodón de azúcar y vainilla. Alexandra y unos ojos redondos y abiertos iguales que los de aquella niña. Alexandra y aquel colgante en su cuello, aquel colgante que yo le regalé enseñándole que aunque estuviéramos lejos el uno del otro siempre seríamos uno. Alexandra y una triste carta de despedida un 2 de Julio que terminaba diciendo "Recuerda, siempre tuya, siempre mío."
Después de eso no volví a saber nada de ella, realmente tampoco quería. El daño que me había hecho yéndose de esa forma tan fría me impedía ir tras ella, pero nunca logré quitarme el colgante, en el fondo de mi corazón una gran parte de Alexandra vivía allí haciendo que jamás pudiese olvidarla. Y ahora que ya creía haber perdido hasta aquella carta aparece esta niña con su colgante diciéndome que era su madre y la verdad es que no podía negarlo. Los mismo ojos, la misma sonrisa, incluso un olor dulzón muy parecido al de su madre. 


No sé si fueron horas o minutos lo que me tiré allí sentado en mi sofá con aquella niña delante mirando el colgante.



-Sé que usted y mi madre estuvieron muy unidos- por fin rompía alguien el silencio, después de mucho tiempo se estaba volviendo un poco incómodo, pero yo era incapaz de pronunciar palabra. Levemente asentí. Unidos... Más que unidos diría yo. No podría hacerme cargo de aquello, no sería bueno para mi salud.



-Pequeña, siento mucho lo ocurrido y ya sé que Alex..tú madre te dijo que me buscaras pero comprende que no puedo hacerme cargo de esto... 



-No puede no aceptarlo, si es por el dinero no se preocupe, pagaré sus honorarios religiosamente y si es por sus sentimientos hacia ella... Creo que no la odia todavía lo suficiente como para dejarla a la merced de lo que esté viviendo.



¿De verdad una cría me estaba diciendo que no la odiaba? ¿Tanto se me notaba que no había pasado día de mi vida que recordara un segundo a mi Alexandra? Aquella chica era lista como su madre. Cierto es que gracias a ella pude labrarme un nombre como detective, gracias a ella y a su intuición. 

Mi cabeza me decía una cosa pero mi corazón me decía otra cosa muy distinta y en estos asuntos lo normal es pensar con la cabeza pero no pude negarme al corazón. Tenía que hacerme cargo del caso y a ser posible lo más pronto.


-Dame esos papeles pequeña, si tan escondida está tú madre nos llevará tiempo encontrarla y cuanto antes nos pongamos mejor- dije mientras me levantaba de aquel odioso sofá y me dirigía a mi escritorio.



-Lleva usted razón, tome, pero no me llame pequeña, soy Alice.- La misma temprana madurez que su madre.



-De acuerdo Alice, pero no me hables de usted, creo que vamos a estar mucho rato juntos y prefiero que me tutees.



En cuanto la carpeta rozó mi mano yo me enfrasqué en aquellos dichosos papeles que no eran más que hojas de un diario, mapas, cartas dirigidas a un tal Colin e información sobre "El joyero" Sólo leer esas dos palabras supe que aquello era algo gordo, recordé al instante que Alex y yo estábamos buscando para un gran marqués El joyero cuando desapareció. Un extraño objeto de coleccionista que según la leyenda perteneció al mismo Enrique VIII y que no fue, si no otra cosa, que un regalo para su primera esposa Catalina de Aragón. La leyenda explica que El joyero tenía un falso interior que guardaba un mapa de una de las bodegas secretas del rey, en la que había guardado gran parte de su riqueza a lo largo de sus años de reinado. El marqués que nos contrató para buscarlo no sólo quería la pieza por su gran valor económico e histórico sino que creía en la leyenda firmemente y quería encontrar esa bodega.

Un hombre avaricioso que todavía esperaba con paciencia el momento en el que llegaría a sus manos El joyero.


Allí pasamos el día Alice y yo revisando una y otra vez aquellos dichosos papeles, pero no encontramos nada que nos fuera de ayuda para saber donde se encontraba Alexandra y por que había falsificado su muerte. 



-Alice, ya es tarde, vete y descansa, mañana seguiremos con esto.- la verdad era que yo estaba en apariencia mucho más cansado que ella.



-Claro señor Steel - dijo recogiendo sus cosas - hasta mañana.



Y con una sonrisa se fue dejando el despacho repleto de aquel olor dulzón que tanto daño me hacía. Y allí me quedé yo, como unos diez minutos, disfrutando de la fragancia. Volví a coger los papeles y leí detenidamente la carta que Alexandra había mandado a su hija. Perdí la cuenta de las veces que la leí, la carta estaba arrugada y muchas de las palabras tenían la tinta corrida por lo que supuse fueron lágrimas. Pero lo que más me llamo la atención es que había alguna palabras que tenían una leve raya debajo de ellas, tan leve que a simple vista no eran apreciables. Y como si de repente en mi cabeza se oyera un clic me di cuenta de que aquellas palabras subrayadas eran un código. Cogiendo la letra principal de cada palabra y uniéndolas todas en una descubrí que formaban el nombre de una ciudad, Londres. No sabía si ella estaba allí o allí habría otra pista pero tenía claro que había que ir hacia Londres lo más rápido posible.