martes, 11 de febrero de 2014

Establezcamos los puntos del inicio del surrealismo.

Anoche tuve un sueño en el que, por fin, no aparecías y, joder, no sabes lo que pude disfrutar de aquellas vistas violetas que me dejaban las yemas de los dedos azules y dormidas. Los árboles bailaban y las flores estaban dispuestas de tal forma que parecían seres inherentes a una soga que las asfixiaba hasta tal punto, que hasta a mi me faltaba aire en estos ensangrentados pulmones. 
El reloj, impotente por su paso, sólo me miraba dándome la razón y afirmando mi ataque de locura, falta de motivos, mientras arañaba los tallos de las rosas que formaban mi penosa corona. Las espinas clavadas por mis muñecas, destruyéndome, con ese pequeño dolor tan placentero. Y, qué felicidad, seguías sin aparecer y yo podía ser, tan satisfactoriamente, una musa barata.  
Y fue tan típico como el grito de "un médico, por favor" en una de esas películas grotescas que dan escalofríos sin necesidad de ser en blanco y negro. 
Tu pecho decía aquello de: "Se vende imaginación, a mi ya me ha dado demasiados problemas."
Y mis manos pedían eso de: "Se busca poeta atormentado, para que se descarríe por mis curvas."
Pero no eras Tú, era otro tú hecho de agua y tacto.Y eso sí que fue mareo y no el primer vaivén de la pequeña barca en la que me suelo quedar dormida. Eras ojos y piel erizada sin miedo al cambio de temperatura. 
Pero yo no podía, o no quería seguir ahí, admirando la escultura de tu mandíbula cuadrada. Salté y aterricé como pude, sin saber por qué hacía un grand plié, cuando siempre he odiado el ballet y sus arabescas figuritas. Volví mis ojos y seguías allí, susurrándome entre suspiros y jadeos que nos veríamos en el siguiente poema, amenazando una vez más a mi fortuita soledad. 
Olvídame, sólo soy una musa en prácticas que se ha cansado del trabajo. Déjame respirar abiertamente sin necesidad de que sea oxígeno. Vete, es una orden, que yo me vuelvo a dormir; que estaba soñando muy plácidamente sin necesidad de verte a ti.
De pronto sé seguir y el largo de mi falda se va enganchando en los dedos de la hierba mientras mis dedos se retuercen entre la arenisca de la playa. Las olas me atrapan y empezamos un baile desfigurado de espuma y algas enredadas en mi cuello; las muñecas me escuecen y los labios se me secan. Yo no soy una sirena para aguantar el peso de tanta agua. 
Y un impulso, venido de mis entrañas, me gira hasta estremecer mis papilas gustativas, abre mis ojos y encadena mis oídos a una dulce melodía inexistente.
Dejad de aplaudir, público irresponsable. Lo único que hacéis es alimentar mi ego sin fundamento que, ahora mismo, viaja entre las nubes. Un corte de mangas y un saludo excesivamente exagerado. C'est fini.  

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