Hoy la noche se ha cerrado en
agua, se me ha inundado el corazón y mis pulmones ya no pueden soportar más
grietas. Me queda un soplo para derrumbarme y he perdido la caja donde guardaba
las fuerzas. Creo que te la llevaste en la mudanza, esa con la que dejaste la
puerta abierta y ni siquiera has dejado la llave para que aprenda a cerrarla.
Estoy cansada de felpudos mohosos que impiden mi entrada triunfal en el lujoso
salón de la casa.
Qué pena que no esté acostumbrada
a dejar que me pisen “lo fregao”.
Qué suerte que tenga esta
imaginación que va tan bien con las cortinas.
Ay, qué mal se me queda la comida
desde que se me va el santo al cielo y la mano al cuello.
Creo que voy a empezar de cero,
así que cogeré tu foto y la pondré en la mesita de noche para poder levantarme
todos los días mirándote a los ojos. Me arrancaré la piel a tiras y me abrazaré
fuerte para darme tu calor.
Te prometo que no habrá día en el
que no me acueste recordando tu cadera y que siempre serviré dos copas de vino,
bien frío, por si aparece tu sombra por sorpresa. Comprendo que en toda
historia hay un punto y aparte pero yo, hoy por hoy, prefiero quedarme frente
al espejo para recordarme contigo.
Con tanta distracción se me ha
olvidado contarte que se me han secado las flores del jardín y que por mucho
que cante no llueve lo suficiente, que Bernini también se equivocaba y que
Miguel Ángel demostró mucho más que piedad en esa estatua suya.
Tranqui, no eres tú, soy yo. Que
no me explico pero no porque no quiera, sino porque mis cuerdas vocales están
más cerradas que mi estómago. Ya ves, aquí me encuentro con la operación
biquini de principios de otoño. Mientras, seguiré tirando del hilo a ver si
termino por desbaratar este ovillo tormentoso que no me deja respirar.
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